domingo, 12 de diciembre de 2010

Teatralidad Docente

La representación teatral ha sido siempre una de mis grandes aficiones. Ya de niño sentía una gran pasión por representar e imaginar situaciones, supongo que como todos los niños.  Sin embargo en mi caso esta faceta no desapareció al ir cumpliendo años y aún hoy, habiendo dejado hace mucho tiempo la pubertad, me sorprendo a menudo haciendo gestos ante un espejo tratando de reflejar situaciones de alegría, miedo, enfado o tristeza. Creo que una de mis aficiones un tanto frustradas fue el arte dramático.
Recientemente me he inscrito en un taller de teatro que ofrece el ayuntamiento de Oviedo. Esto me permite dar rienda suelta a mi imaginación, junto con otras personas que comparten conmigo esta pasión. Para mí esas dos  horas semanales son como una desconexión total del mundo. Es como una burbuja que puntualmente aparece a mi alrededor todos los Jueves y que supone una descarga de presión y posterior recarga con renovada energía. Seguramente en todo esto resulta crucial la maestría con la que dirige esas sesiones Valentín, el incansable y paciente director del taller. Pero la razón de este post no es precisamente hablar de este taller, sino de la gran analogía que comparten El Teatro y La Docencia, del tipo que sea.
La actividad docente universitaria en una asignatura de las que imparto, yo la veo en cierto modo y salvando las distancias, como una especie de ciclo de representaciones teatrales de un determinado tema. Cada una de las clases es como una pequeña función de aproximadamente una hora de duración. Es como una obra interactiva en la que el actor principal y conductor de la misma, que se constituye en el profesor, debe fomentar la participación del público. La obra no puede ser monocorde, sino que tiene que tener cambios de ritmo que capten la atención del público. Se ha de intercalar el monólogo con la incentivación del público, que ha de sentirse partícipe de la “representación teatral”. El profesor tiene que tener muy bien aprendida la partitura y debe poseer las herramientas necesarias para volver a ella ante la actividad del público, para no dar la sensación de estar en una improvisación total. Y fundamentalmente, el actor, que conoce el final de la obra así como el camino hacia el mismo, no debe demostrar al público dicho conocimiento postrero y ha de entusiasmarse ante los resultados obtenidos como si fuese la primera vez que los ve. Los grandes actores deben actuar en cada uno de los pases de la obra de una manera casi idéntica, siempre con cierta flexibilidad para salir de situaciones imprevistas, a pesar de que ya la hayan representado más de un centenar de veces. Nótese que el público cambia cada día y los conocimientos iniciales del mismo son siempre parecidos. Un volumen de voz suficientemente alto, los cambios de ritmo y las estrategias para resaltar las situaciones con mayor vehemencia que en la vida real son la base para que el mensaje llegue al destinatario. Es muy posible que el argumento de la obra no sea inicialmente interesante para la audiencia, pero creo que con una buena puesta en escena puede que se genere cierto interés, a priori ausente. Sin embargo con una representación tipo monólogo, uniforme y con una tonalidad somnífera, se conseguirá que el público del teatro sea más escaso en cada una de las funciones.
Hace algo más de dos años y en Lleida, durante el transcurso del Congreso Internacional de Docencia Universitaria (CIDUI 2008), asistí a una conferencia que impartió el profesor Claudi Alsina, matemático y Catedrático de la Universidad Politécnica de Cataluña. Aunque parezca increíble, teniendo en cuenta la gran cantidad de información que se puede encontrar en internet sobre el profesor Alsina, yo nunca había oído hablar de él. Para mí esa conferencia fue sin duda una de las más interesantes a las que he asistido. El tema era la docencia en el proceso de Bolonia (tema muy actual en nuestros días) y planteaba una visión un tanto futurista de los resultados de su implantación. Fue una “representación teatral” verdaderamente magistral. El profesor Alsina posee, a mi juicio, todas las virtudes teatrales de un excelente docente y si existiesen los premios “Max” de la docencia, sin lugar a dudas la estatuilla que simbolizase el galardón, debería tener el "rechoncho" perfil del profesor Alsina.

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